La poesía es un arma que se dispara sola como el amor de un loco

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viernes, 25 de julio de 2008

EL COMULGATORIO






Es posible que no conozcas demasiado las afueras de Zaragoza:
ese mundo ambiguo, fronterizo y misterioso.
Ya no son suburbios las afueras.
Son un combate lento entre el ladrillo y la tierra, entre el asfalto y el erial,
entre la farola y la luna.
Entre muertos y vivos.
Entre santos y pecadores.
Entre gladiadores y cristianos.

Más allá de Torrero, más lejos del Actur, allá donde los efluvios
del Carrefour terminan, más allá de Las Fuentes,
hay un mundo de calles asfaltadas con fantasmas
que terminan en huertas sin frutos
y acequias sin agua,
de bares al lado de escombros desesperados que dejan ciega la mirada,
bares desolados, de casetas de campo junto a grúas recién puestas,
de albañiles tristes que hablan en rumano, convertidos más tarde
en locos vampiros llenos de luz con baterías muy baratas,
todo es barato en este reino mío,
de neumáticos torturados,
de pequeñas tiendas que despachan pan industrial
y golosinas calientes.

Las afueras son también un reino de juventud:
allí es donde los jóvenes de treinta años tienen su futuro,
su piso y su larga deuda con los hombres viejos.
Porque los hombres viejos tienen el poder y la nada,
tienen las leyes y el dinero, y mujeres viejas, a quienes
ya no se follan -porque todo es una mentira inabarcable-
y son dueños de los techos, de las paredes, de la domesticación
del frío, del pegajoso frío.

Allí les esperan dorados domingos para disfrutar
del salón de diecinueve metros cuadrados,
de la cocina de siete, del “dormitorio-suite” de diez,
así lo llamó el constructor el día de la firma del contrato,
de la plaza de garaje que protege del bárbaro viento
de los desmontes recién urbanizados a un Corsa del 87,
y de las magníficas vistas a la autopista de Barcelona.
Mira esas vistas, cariño, mira ese ardor del sol contra nosotros,
mira cómo nosotros acabaremos como ellos,
como esos tipos que nos han vendido esta mierda,
cómo seremos leña roja y almas baratas,
así que deja que te lo haga todo esta noche,
es lo único que tenemos. Deja que me coma
lo que ellos no tienen: tu carne blanca y dulce
y que apague
tus gloriosas ganas de follar. Es nuestro reino.

Cuando llege el insomnio, que llegará, cuenta,
para no volverte loco, amor mío, cuenta el número
de coches que pasan
a doscientos kilómetros por hora
(provistos de aparatos
altamente sofisticados que detectan los radares
de las baratas autoridades policiales españolas)
en madrugadas tan insignificantes
como las golosinas que venden en la tienda de la esquina.

Amor mío no puedes dejar tu trabajo, amor mío
si quieres follamos hasta morir, pero por favor
no dejes tu trabajo.





MANUEL VILAS




F

10 comentarios:

Ego dijo...

Lo haré por las golosinas, por la leña, por las gloriosas ganas de follar, por la llamada de S., que está que no vive, y por todos y cada uno de los que aún no hemos ido a Zaragoza y decimos que de mañana no pasa.
Un (b)eso...

fgiucich dijo...

Una clase brillante de filosofìa urbana. Abrazos.

Tesa Medina dijo...

No me gustan "las afueras", ni los hombres viejos que lo tienen todo, ni que las ventanas den a una carretera, ni dejar que mi alma se abarate... Pero sí me gusta, y mucho, este poema.

Un acierto que nos lo hayas mostrado.

Besos, Fernando.

thoti dijo...

.. la vida está tan chunga Fernando, que o espabilamos o nos refugiamos en la más absoluta y reducida intimidad..
.. quizás las sirenas vengan a por nosotros..
.. un abrazo, paisano.. :-)

Cecy dijo...

se sintió bien urbano, no?

besos

Rara Avis dijo...

Un sitio tan urbano que no parece que exista realmente...

besitos

ybris dijo...

Me encanta poder leer a Manuel Vilas por aquí.
Y contarle a él lo que ya te conté a ti que me pasó en la caseta de Visor en la Feria de Libro de Madrid -después de no haberle encontrado Zaragoza- cuando pedí que me sacara "el último de Vilas" y el visitante de mi lado dijo: "pues saca dos. Ese tío es buenísimo".
El mundo está hecho de zonas de frontera donde se ocultan las basuras que nadie quiere que se aireen.
Menos mal que hay quien como Manuel Vilas tiene la profunda e irónico-sarcástica mirada para hacerlo.
Menos mal que hasta para los que disfrutan de paisajes de autopista y de ruidos y estrecheces de avaros metros vitales les queda el consuelo de follar.

Gracias Manuel Vilas.
Un abrazo a los dos, Fernando.

Mamen Alegre dijo...

Impresionantemente real.

No conocía a Manuel Vilas, le voy a seguir la pista porque creo, como el visitante, que es buenísimo.

Besos.

Doberka dijo...

Sí, ya no son suburbios las afueras. El poder del ladrillo y el cemento nos cuadricula el alma. Es un hecho inexorable. Como bien plasmas en este espectacular poema, Manuel. Y sí, sólo queda follar, al menos, hasta que el cemento diseque el deseo, que todo llega, folla sin condiciones. Folla hasta el agotamiento y cuando llegue el aburrimiento: "cuenta para no volverte loco, amor mio...pero no dejes tu trabajo.
Dibujas la realidad como nadie, Manuel.
Para ti será el honor y la gloria por siempre Vilas. Eres grande entre los grandes.

Besos

albalpha dijo...

En esta ciudad (México, D.F.) hay muchos espacios desolados grises donde el espíritu lucha por sobrevivir, como bien dice Manuel Vilas, es una lástima que se reproduzcan. Estupendo poema.

Besos
Alba

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