La poesía es un arma que se dispara sola como el amor de un loco

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miércoles, 11 de julio de 2012

Venecia XVIII








Se fueron todas las estrellas,
quizás cayeron en mi espalda desnuda,
pero sentí, durmiendo, su silencio.
Escuché después el canto de los pájaros,
ellos traían desde lejos la luz del amanecer.
La isla de Guidecca sembraba de bruma los ojos,
mientras, en los muelles, todavía las góndolas
se tapaban agónicas con su tapete azul
y algún vaporetto, ronco y solitario,
desarbolaba las olas que entraban de la bahía.
No sé de dónde vinieron los caballos blancos,
qué lumbre de fuego lamía sus crines
que en mi retina quedó aquel día,
como un instante varado en el tiempo
y con el valor inconfundible de lo inolvidable.







F

1 comentario:

irene dijo...

Algún día iré a Venecia, y espero que en mi retina también quede este idílico recuerdo.
Todo mi cariño.

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