Perdura sin respuesta en mitad del corazón,
palpita y es de la noche su luz,
la que hace dejarse olvidados los lamentos,
acudir a los brazos del silencio,
verterse con los ojos cerrados en los labios de un beso,
seca la boca de la sed del otro,
susurrar en la caliente tormenta del “ahogarnos”
cuando todo se acaba y es comienzo
y no hay dioses ni sendas
pero sí unas manos que circulan por tu vientre
o te cuentan en un escalofrío todas las vértebras,
otro cuerpo enhebrado a la vorágine del tuyo,
deshaciendo las dudas
- las que ya no importan -
trayendo de lejos,
junto a ese afán del recuerdo,
el aroma que estremece,
y que vuelve a ser un pan caliente
que entre dos se come
despacio o con hambre,
y que deshace la nostalgia,
olvida el miedo,
creciendo en las ingles
como un río sin nombre
que fluye al ritmo de la sangre.
f.
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