Me remanso al lado de la umbría como las hojas amarillas del otoño.
Oigo pasos, huellas que tienen nombres y lugares,
ciudades con bulevares legendarios,
muelles con barcos y silencio.
Contemplo muchas caídas de astros en esas noches solitarias mías,
y todo es tan relativo como el nombre de los desiertos que poseo:
Nada va a cambiar en este pequeño instante en que yo vivo.
Nada puedo hacer para que todo tenga otro sentido.
Y sí, circulo por el lado más cercano a la sangre,
arrimando mi corazón a las palabras,
aunque eso no disminuya la posibilidad de los fracasos
que tienen siempre la potestad de elegir su lugar y su momento.
Ya no le pregunto al viento aunque él eternice su ira en este valle.
Presiento con cierta certeza de cálculo
cada vez que me arranca mi verdad...
aún así debe ser que solo aprendo con los años
y como Borges tenía un atardecer y una aldea
yo me reservo ciertas islas y un faro para no morir en la oscuridad.
f.
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