Yo sigo el verde reluciente de los taxis en la avenida,
ando en contra de mi destino
como un ciego busca sendas inolvidables
en un cuerpo desconocido.
Unas veces sin saber por qué
me meto en la parte de atrás del vehículo
y fumo un cigarrillo que me da el taxista,
mientras recorremos la ciudad, vueltas y vueltas
por los puentes vacíos y la noche de lluvia.
Así y todo, lo hermoso del frío que invade la urbe,
también deja sus dentelladas de lumbre,
son como perros que mordisquean mi piel
con sus lacerados dientes.
Tú sabes dónde vivo? y el taxista sonríe...
a veces no recuerdo todos los caminos que me llevan a casa,
y soy un peregrino de los bares y la música de jazz.
A veces acabo solo contemplando el amanecer,
helado sin remisión por el invierno.
Temo a las arañas azules
con su quehacer de esperas y pérdidas,
de años y tiempo escuchando del mundo
un manifiesto tras otro de infortunio.
Tú que puedes vuela lejos,
es lo mejor que te puedo decir,
ahora que tienes todavía alas
y nunca has comprendido
la verdadera razón de la incertidumbre.
f.
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